21 abr 2008

El Zaragoza todavía tiene mucho fútbol por dar


Lo malo de venderle tu alma al diablo es que, cualquier noche, vuelves a casa y te lo encuentras pelándose un huevo duro en tu sillón orejero. Y a ver quién lo convence... El Zaragoza lo logró. Le endosó la factura al Recreativo y salió pitando con el corazón batiéndole el pecho, el corazón, que en el fútbol se llama intensidad, carácter competitivo; y gracias a la recuperación de los dos delanteros, desequilibrada pero radical esencia de este equipo. El Recre eligió un mal día para perder defensas. Alimentados por la segunda línea, Sergio García y Oliveira aprovecharon los errores de la zaga visitante para poner al Zaragoza 2-0 en 20 minutos.

Las ausencias en el fondo suponen un peso enorme para un equipo en las circunstancias del Recreativo. Si lo sabrá el Zaragoza... La decisión de Manolo Zambrano de enviar su línea defensiva a 40 metros de Sorrentino suponía una temeridad añadida, que interpretaron muy bien un Aimar sobreexcitado y preclaro, y también Celades, dueño del reloj del partido. Frente a esa entrada febril del Zaragoza en la noche, el Decano expuso una severa blandura atrás, algo que acabaría por condenarlo. Tal vez quiso ser dique antes que cuchillo, esperar y resistir la efervescencia inicial del Zaragoza para luego ir condicionando el encuentro a su menor urgencia. Pero no le dio tiempo a comprobar lo adecuado de esa postura.

A los 90 segundos Edu Moya, y a los 20 minutos Iago Bouzón, les regalaron dos balones a los puntas del Zaragoza en los alrededores del área. El primero lo jugó a toda velocidad Aimar por fuera, lo cruzó Ricardo Oliveira al punto de penalti y lo terminó Sergio García con un toque sutil de izquierda. En el segundo, Oliveira huyó contra Sorrentino y lo batió con una delicadeza mortal. No fue un disparo y tampoco se le puede denominar toque: la solución del brasileño se pareció más a un putt cuidadoso sobre la hierba de Augusta. Esa descomposición arrastró al Recre, que apenas amenazaría con tres faltas de Martins. La doble amarilla al argentino Marco Ruben, que pegó dos patadas locas en medio minuto, lo dejó en el alero. Trató de levantarse en el segundo tiempo, mientras el Zaragoza se ponía cínico: a manejar, a tocarla, a jugar con las faltitas de un Undiano primero casero y luego descompensado. Vicente y Ayala dejaron al Zaragoza con nueve. Pero para entonces, Oliveira ya había cabeceado el 3-0 definitivo. Queda un esprint mortal de cinco partidos.

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