25 ago 2008

El fichaje llegó tarde: Robben da la supercopa al Madrid


¿Quién decía que el Madrid no había fichado a nadie? Ha llegado con un ligero retraso, pero está aquí. Se llama Arjen Robben, tiene menos años de los que delatan sus entradas (sólo 24) y vive del truco más viejo del fútbol: el regate. De su mano, el Madrid remontó un partido imposible, 0-1 abajo, sin Van der Vaart, autoexpulsado, e incluso sin Van Nistelrooy, que hizo el empate de penalti y luego también se fue a la calle antes de hora. Sergio Ramos, el otro héroe de la noche, confirmó la remontada y el Valencia se derritió en un Bernabéu que empezó silbando a los suyos y acabó celebrando el título con más alegría de la que el fútbol del equipo mereció.

Lo que ocurre es que a veces el fútbol no lo es todo. Hacer falta saber, pero sobre todo querer. Muchas veces este juego es cuestión de actitud, y eso en el Madrid lo saben bien. Está en su historia, pero también en su presente. Con actitud, a falta de valores más académicos, el equipo ha sumado tres títulos en apenas catorce meses.

Paradójicamente, uno de los jugadores menos raciales del equipo mostró a los suyos el camino hacia una remontada épica cuando los viejos fantasmas coperos (y supercoperos) merodeaban Chamartín. Arjen Robben, antaño el hombre de cristal, ganó casi él solito la octava Supercopa para el Madrid. Su irrupción no pudo ser más oportuna. Con Robinho en rebeldía, Robben atrajo los focos y lanzó un mensaje alto y claro: “Tranquilos: si él se va, aquí estoy yo”. De hecho, Robben hizo más en un partido que Robinho en tres años. Pero ésa, por ahora, es otra historia.


Aunque la del partido (la historia) se escribió en el segundo tiempo, en el primero ya hubo detalles relevantes. Los puntas blancos, avisados de que Hildebrand no coge una, cargaron desde la larga distancia. Su empuje duró media hora, hasta que el Valencia, que salió blando, trabó su primera jugada con sentido del partido. E hizo bingo. Toque a toque, Albelda y Baraja llevaron el balón hasta la frontal del área blanca, y Silva lo alojó junto al palo izquierdo de Casillas.


En ese momento, Silva era el hombre de la Supercopa. En Valencia dirigió magistralmente las operaciones, siempre suave y delicado, y en Madrid dio un latigazo con pinta de definitivo. Además, Van der Vaart se autoexpulsaba en una tan brutal como absurda acción sobre Mata, y el Bernabéu, que empezó bien pronto a reprochar el juego plano de los suyos (muchas jugadas se iniciaban con balonazos de Gabi Heinze), se fue a por el bocata tan quemada con su equipo como con Iturralde.


En el segundo tiempo, a falta de fútbol, el Madrid se encomendó a la épica, esa que tan buenos dividendos le ha dado últimamente. Ayudó el temprano empate, obra de Van Nistelrooy tras un penalti de Albiol.


El 1-1 dio paso al festival Robben, que hizo recular al Valencia contra su portería. Cambiado a la banda derecha, el extremo mostró su bien surtido repertorio de regates, cambios de ritmo, fintas, slaloms, disparos… En apenas veinte minutos firmó la friolera de ¡¡¡ocho!!! jugadas que pudieron acabar en gol ante un Valencia que no daba crédito, porque los de blanco ya no eran diez, sino tan sólo nueve, después de otra chiquillada del veterano ‘Van Gol’.


Curiosamente, el 2-1 llegó cuando la rebelión blanca parecía sofocada, tras una larga posesión valencianista, similar a la de la jugada del 0-1. Ocurrió que Robben cazó un pelotazo, sacó un córner de la nada, Diarrà, solo en pleno corazón del área, estrelló su remate en el larguero y Ramos, habilitado por Albelda, hizo el 2-1. Aunque Iturralde y el línea se hicieron de rogar, el Madrid había escalado otro ‘ochomil’. Y Ramos, un futbolista feliz en este tipo de partidos, lo celebró con un ímpetu propio de gestas mayores.


Del resto del partido apenas se pueden extraer noticias, tan sólo confirmarlas. Casillas sigue bendecido, De la Red tiene tanta visión de juego como Hildebrand nulas opciones de ganar el Zamora y el oportunismo de Higuaín sacó petróleo de la extrema fragilidad anímica del Valencia, cuya recuperación es, seguramente, el gran reto de Emery para este curso. Por no faltar, no faltó ni el clásico gol de Morientes a su ex equipo, pero ya daba igual. Hacía tiempo que Robben había decidido el partido. Y la gente se fue tan contenta, recordando los quiebros del nuevo ‘fichaje’ y haciendo quinielas sobre dónde invertir los millones del Chelsea. A no ser que Abramovich vea el partido y decida... Mejor no demos ideas.

Vía | Marca

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